Abstract:
No hay dignidad excelsa que pueda revestir de grandeza a un cristiano como la que ostenta el sacerdote, testigo privilegiado del milagro más grande que acontece desde la última cena como pregustación del cielo. Asombrosa potestad del mortal el contemplar en sus manos al Señor sacrificado y transportado de la tierra a los cielos contempla con alma desnuda y mente pura, las realidades que solo los Ángeles ven. San Juan Crisóstomo, consciente de su pequeñez y fragilidad, había huido de ser aclamado presbítero en su natal Antioquía, lleno de asombro por la grandeza y la dignidad de este sagrado ministerio temía ofender a Cristo, a quien amaba, aceptando ser sacerdote. Es tan noble esta dignidad que si alguien frívolamente accediese y finalmente no ejerciere como debiera, será convicto de gran justicia.